Yo, con Aristóteles no me casaba.


Dice Aristóteles, que los "débiles por naturaleza" merecen más indulgencia por tener en ellos la naturaleza de la debilidad y tener inmensamente más difícil resistirse a los vicios.

Cuando se encuentran estos párrafos misóginos se suele decir "Es que es un hombre de su tiempo" intentando exculparle de su machismo, argumentando que en tanto que "hombre de su tiempo" no podía escapar a la visión de las cosas que tenían sus contemporáneos, condicionado por las circunstancias propias de su tiempo. Aristóteles, lejos de reflexionar sobre la estructura de la sociedad y sobre la justicia en las polis, reafirma la tradición sociohistórica recibida respecto a la superioridad del varón sobre la mujer establecido por la cultura patriarcal; ignora que la subordinación no viene dada por el orden natural, sino por un orden social.

Yo me niego a exculpar a Aristóteles de estos comentarios, más bien prefiero decir que no estuvo a la altura de la universalidad, y es que tanto hombres como mujeres somos iguales. A veces resulta descorazonador que un sabio como Aristóteles dejase para la posteridad unas reflexiones de una claridad incuestionable y que a la vez se pudiese equivocar tanto en otras:

Según Aristóteles, la hembra, debido a cierta incapacidad de confeccionar nutrientes en forma de semen, es un hombre incompleto a causa de la frialdad de su naturaleza. En cambio, el macho aporta a la generación la forma, o principio del movimiento, mientras que la hembra proporciona sólo el cuerpo. Así pues, considera al macho activo, causante del movimiento y a la hembra pasiva; sólo puesta en movimiento por el hombre. “Parecen hombres, son casi hombres, pero son tan inferiores que ni siquiera son capaces de reproducir a la especie, quienes engendran los hijos son los varones”, “son meras vasijas vacías del recipiente del semen creador”.

Aristóteles consideraba que la mujer estaba sometida al hombre, pero se encontraba por encima de los esclavos. En el capítulo 12 de su Política, escribe: «El esclavo está absolutamente privado de voluntad; la mujer la tiene, pero subordinada; el niño sólo la tiene incompleta». Aristóteles concibe a los hijos y a las esposas de los ciudadanos griegos como libres, pero el amo, sea padre o esposo, manda sobre el resto.

En su obra, Historia de los animales, Aristóteles establece las diferencias entre los sexos. Afirma que la Naturaleza les ha dado características mentales diferentes. Esta diferencia resulta mayormente visible, sobre todo, en la especie humana. La mujer tiene una disposición más suave, más compasiva, más inclinada al llanto, más impulsiva, más celosa, más desconfiada, más cobarde, más falsa, más inclinada a la murmuración y al enfado; posee menos vergüenza y dignidad, es menos activa y requiere menor cantidad de alimentos, pero es más cuidadosa con su prole y tiene mayor memoria. El hombre, en cambio, es más salvaje, más simple, pero superior espiritualmente a la mujer, más completo, más perfecto, más dispuesto a ayudar y más vigilante. Continua su argumento asegurando que el bien de las polis cabe sólo a los varones de la especie humana, a quienes las mujeres deben servir para contribuir a la felicidad y perfección de los hombres.

Este pensamiento del filósofo constituyo un ideario que no sólo tuvo influencia en la sociedad antigua, sino que se mantuvo en la Medieval, en el Renacimiento y en la Edad Moderna. Sin embargo, lo más preocupante, es que aún hoy, sus ideas sobre la inferioridad de la mujer siguen vigentes en la jerarquía de la Iglesia y en numerosos gobiernos, los cuales establecen leyes injustas que discriminan a las mujeres. No obstante, no debemos asumir que estas inferioridades aparecen únicamente en zonas subdesarrolladas, pues están presentes cada día en países del primer mundo, a través de las desventajas salariales y laborales en determinados puestos de trabajo (siendo el porcentaje, en 2015, de 13 mujeres por cada 100 altos cargos en grandes compañías), de la distribución de las tareas domésticas y del cuidado de los niños en el ámbito del hogar, etc.

Si habiendo pasado más de 2400 años, nuestra sociedad sigue aceptando este tipo de actitudes denigrantes hacia las mujeres, por mucho que hayamos avanzado, tal vez deberíamos empezar a plantearnos que ya es hora de darse cuenta de que quedan aún un montón de cosas por hacer en cuanto a esta situación, y es trabajo y deber de todos llevarlo a cabo y contribuir en la igualdad.

No obstante, cabe reconocer que el propio Aristóteles dio igual peso a la felicidad de las mujeres que a los hombres. Aristóteles escribió que, en Esparta, el legislador quería hacer que toda la ciudad (o país) fuera fuerte y moderada, y que cumplió su intención en el caso de los hombres, pero pasó por alto a las mujeres, que vivían en todo tipo de intemperancia y riqueza. Añadió que en aquellos regímenes en los que la condición de las mujeres era mala, se podía considerar que la mitad de la ciudad no tenía leyes. También comentó en su Retórica que las cosas que conducen a la felicidad deben estar tanto en las mujeres como en los hombres.

Entonces, tal vez no sea todo culpa de Aristóteles, tal vez seamos nosotros los que hemos tergiversado ciertas palabras, los que nos hemos quedado únicamente con lo que nos ha interesado, porque, tal vez, a los que cogieron la teoría aristotélica sobre la mujer y  construyeron la sociedad moderna basándose en ella, solo les interesaba la primera parte, y no la de que ambos géneros han de ser felices, felicidad que al fin y al cabo, acabaría llevando a la igualdad, una igualdad que, a día de hoy, no hemos conseguido por completo.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Descartando a Descartes

Creo que soy algo cínica...