Descartando a Descartes


René Descartes fue un filósofo y matemático francés, nacido en el siglo XVI. Es considerado padre de la filosofía moderna de una corriente de pensamiento que adquirió el término de Racionalismo. El Racionalismo acentúa el papel de la razón en la adquisición del conocimiento y su gran misión fue la búsqueda de la verdad.

Como hombre de ciencias que era, Descartes, quiso emplear el método matemático también en la reflexión filosófica. La exactitud de las matemáticas le llevó a pensar si esta exactitud podría llevarse a otros campos: “lo que es verdad es realmente verdad”. Por ello, quiso utilizar la misma herramienta que empleamos cuando trabajamos con números, la razón, siendo “el discurso del método” una de sus obras más importantes para dirigir la razón y hallar la verdad en las ciencias.

Descartes trató de encontrar un primer principio evidente a partir del cual desarrollar su filosofía, para lo que utilizó un método: “la duda”. Descartes duda de todo, especialmente de lo que nos llega de los sentidos ya que tenemos la certeza de que estos nos han engañado alguna vez y por tanto no podemos descartar que vuelvan a hacerlo. De toda esta duda llega la primera certeza “no se puede dudar que se está dudando y por tanto pensando”. Ese pensamiento ha de estar que estar ligado al “Yo”, a la propia existencia. De aquí surge la frase: PIENSO, LUEGO EXISTO “Cogito, ergo sum”.

Su frase “Pienso, luego éxito”, expresa uno de los principios filosóficos fundamentales de la filosofía moderna: “que mi pensamiento y, por lo tanto, mi propia existencia, es indudable y eso me permite establecer nuevas certezas”. Sugiere así, que la existencia es como un subproducto del pensamiento, y que lo que cuenta es el alma.

Cinco siglos más tarde, aquí estoy yo, una estudiante de bachillerato por la rama de ciencias. Comparto y creo en este tipo de conocimiento, ya que se basa en la utilización de métodos que someten cualquier tesis a la comprobación y la prueba. La ciencia sugiere una tesis de modo transitorio, pero nunca es un dogma irrefutable pues siempre puede llegar alguien que pueda demostrar lo contrario.          Para mí, esto es lo bonito de la ciencia, que esta en continuo movimiento, y nunca da nada por seguro. Siempre habrá algo nuevo que aprender, pero a la vez, nunca olvidamos las tesis rechazadas, puesto que todas ellas, de un modo u otro, han ayudado a alcanzar la que se sostiene en la actualidad.

Por tanto, para mí, como mujer de ciencias que quiero ser, y siendo conocedora de que poseemos miles y miles de neuronas en nuestro cerebro, que establecen conexiones entre sí y gracias a las cuales podemos pensar, creo que la frase de Descartes debería estar más bien invertida: “Existo, luego pienso”. Nosotros nacemos, y por lo tanto existimos, y es esta existencia la que nos dota de las neuronas que rigen y controlan nuestro pensamiento.

Sin embargo, también creo que, en paralelo a esa buena formación científica, he de tener la capacidad de gestionar, comprender o mejorar mis propias emociones y sentimientos y adquirir, a la vez que formación científica, inteligencia emocional.

Uno de los autores que más éxito han tenido en este campo es Daniel Goleman, en su libro “inteligencia emocional” critica y denuncia muchos planteamientos sobre la inteligencia racional, proclamando y defendiendo que pensar y sentir interaccionan capacitándose o incapacitándose mutuamente. Si no hay armonía entre cabeza y corazón todo individuo paga las consecuencias. Nuestras decisiones y nuestras acciones dependen tanto de nuestros pensamientos como de nuestros sentimientos.

Creo que, si Descartes viviera y tuviese la oportunidad de hablar con él sobre el tema, no estaría muy de acuerdo con esta forma de entender el “Soy”.

En este momento de mi vida debo de planificar mi futuro, razonar sobre qué es lo que quiero ser y hacer, en que tipo de persona me quiero convertir, qué quiero estudiar, a qué me quiero dedicar, etc.

No cabe duda, sobre todo en mi caso, y en esto no le puedo quitar la razón a Descartes, de que la razón y la ciencia jugarán un papel muy importante en este proceso. No obstante, como bien dice Goleman, pensar y sentir interaccionan mutuamente entre sí. Por ello, al contrario de lo que opinaba Descartes, para el cual los sentimientos suponían un engaño y, por lo tanto, no podíamos tenerlos en consideración ni fiarnos de ellos, yo soy más de la opinión de que todo suma, que somos lo que somos gracias, en parte, a estos sentimientos y que no debemos renegar de ellos. Al fin y al cabo, hasta del fallo se aprende, y quien mejor que la ciencia y la razón, que tanto amaba Descartes, para dar fe de ello. 

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